SANTA CATALINA DE SIENA

DOCTORA DE LA IGLESIA

 

El 4 de octubre de 1970, Santa Catalina de Siena fue declarada por el Papa Pablo VI, "doctora de la Iglesia". Actualmente, en la iglesia latina, hay 36 santos reconocidos "doctores" de los cuales 4 son mujeres. El título de "doctor de la Iglesia" se otorga a aquellos que han sido reconocidos canónicamente por la Iglesia como "santos" y que, por medio de su santidad de vida y su doctrina, han contribuido al conocimiento y a la profundización de la Revelación.

Santa Catalina, en una época, la segunda mitad de 1300, período histórico de profundos cambios y crisis a nivel civil, político, social y religioso, vive en plenitud su ser ‘mujer cristiana’. La experiencia de Dios de Catalina radica en el encuentro que, desde una edad temprana,tuvo con Jesús, el cual se le apareció arriba de la basílica de Santo Domingo. El Cristo Pontífice, que llenará siempre su vida de maravilla y belleza, tiene entonces, para Catalina, un rostro particular: el del Hijo de Dios hecho puente entre el cielo y la tierra, en la carne de su humanidad. Esta intuición, núcleo de su vocación, la lleva a acoger y vivir en plenitud, a través del carisma de Santo Domingo, la gracia de la Palabra.

Catalina, en la escucha asidua y puntual de la Palabra, vive, con todo su ser, la experiencia de un Dios que se le revela no tanto como una doctrina a practicar, sino como una persona a amar, en una relación personal capaz de comprometer toda la existencia. El Dios cristiano viene al encuentro del hombre, de cada hombre, en la carne del Hijo sin otra razón que no sea el amor. El Dios de Catalina es un Dios que habla y que cuenta su historia y su deseo de salvación para cada hombre. Es un Dios apasionado por el destino del hombre que, llevado por las olas del pecado, puede llegar a perder la imagen de Dios, aquella semejanza con su creador que lo hace capaz en Él, de ser portador y comunicador de la vida. Se trata de un Dios tan enamorado de su criatura que, para llevarla de vuelta a la comunión con él, es capaz de darle la Sangre, la vida de su propio Hijo.

La Palabra escuchada y vivida es, por tanto, para Catalina, ese "lugar existencial", donde hacer experiencia de la comunión con Dios. Se trata así, para Catalina, de conocer y ahondar en una relación personal, el misterio de Dios que, revelándose, hace que también el hombre se revelea sí mismo y, amándolo hasta el don de Sí, le dé la capacidad de descubrir y vivir elllamado a corresponder a su don de gracia y de amor. 

La memoria del don de la salvación, que el Padre da a cada hombre en la persona del Hijo, conduce a Catalina a la celda del autoconocimiento, el lugar donde se revela el amor de Dios y donde el hombre con la "luz de la fe", adhesión dinámica a Él de todo su ser, descubre, cultiva y practica el deseo de corresponder a la voluntad de Dios.  Voluntad que no será nunca abstracta e ideal, sino acceso inteligente en la historia, en los acontecimientos y en la experiencia para saber cómo y dónde encarnar la Palabra, don de clemencia y misericordia que Dios quiere hacer al mundo entero.

Catalina, lejos de quejarse de los males de su tiempo, en la búsqueda apasionada del rostro de Dios, en la realidad concreta de los acontecimientos y de las personas que compartieron su existencia histórica, descubre, además, que la Palabra es viva en la comunidad de los hermanos. La Iglesia que custodia la "bodega de la sangre" es el lugar donde la gracia se da a cada hombre para que,salvado y reengendrado en el amor, pueda a su vez convertirse en amante de todo hombre. La comunidad de los hermanos es el lugar que hace "verdadera" la propia experiencia de salvación a través del ejercicio de la caridad fraterna: sólo el amor reciproco es capaz de recrear continuamente esos mismos sentimientos de Cristo que, si ven era Dios, en amorosa obediencia al Padre, nos ha entregado el don de su vida.

La Iglesia, esposa de Cristo, dona así a Catalina la verdad del encuentro con Dios y le muestra en la práctica diaria de las virtudes cómo vivir plenamente esta experiencia: a través del "parto" continuo de la gracia recibida que, a su vez, se convierte en vida en los acontecimientos de la historia para que el hombre, cada hombre, pueda volver a Dios.

Por lo tanto, Catalina no sólo es una predicadora del Evangelio, sino también educadora en la experiencia de Dios. En efecto, si Dios en su Hijo se dona libremente a cada hombre, esto no quita la libertad de corresponder a su iniciativa. El conocimiento del amor con que El viene a nuestro encuentro y nos reviste, llama a cada uno a engendrarse a sí mismo a la vida de la gracia y, en el don del Espíritu, a reconocer su vocación de hijos llamados a amar, a vivir la misericordia en la perenne gratuidad amante del Padre. Sólo esta existencia como la de María se convierte en una relación "obediente" capaz de ponerse en escucha y de comunicar a cada hombre el profundo sentido de la Palabra que se hace carne y su don de gracia.

La santidad de Catalina, doctora de la Iglesia, es la de una mujer cristiana que, por el amor de Dios en su vida no le ha puesto condiciones a Dios. Por lo tanto, no se trata tanto de admirar sus extraordinarias experiencias o de ensalzar la grandeza de su doctrina, sino de volver a la esencialidad del Evangelio para vivir en el contexto histórico actual, cada uno en su vocación, la plenitud de ser verdaderos cristianos seguro de que "cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflexionar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio" (Gaudium et Spes 19).

Hna. Amelia Grilli (Roma)